Tokio antes y después de AKIRA

Ya han pasado varios años desde el cierre del 2000 y desde ese entonces hemos entrado de lleno al tercer milenio, y de que el mismo orden mundial pareciera decirnos  que nuestra única alternativa de vida se encuentra en la alta tecnología. Ante la reciente basura disfrazada de modernidad  aún se encuentran algunas perlas que han comenzado a brillar con doble fulgor.

Ejemplo vivo de esto es lo logrado por un japonés en solitario hace ya más de veinte años. Katsuhiro Otomo, nacido en 1954, inició su trayectoria en la historieta japonesa, es decir, en el manga, a la temprana edad de diecinueve años, con la realización serial de Jyu-Sei. Como era de esperarse, Otomo es un artista que se alimentó de toda cultura visual que con sus ojos adolescentes captaron del mundo occidental y oriental. Si bien con trabajos posteriores como Fireball (1979) y Domu (1980), la maestría de Otomo para hacer de unas cuantas líneas universos sorprendentes y bien establecidos (sobre todo con el segundo titulo mencionado, una pequeña verdadera obra maestra) parecía haber llegado a ya un parangón, este hombre sorprendió de nueva cuenta, pero ahora a medio mundo con la realización de Akira (1982-1990), inmaculada saga de más de dos mil páginas que ha inspirado a infinidades de artistas y espectadores.

Leída a distancia, Akira continua estando intacta en su construcción dramática, su montaje visual, así como también la visión futurista del Neo Tokio, en este relato de Otomo persiste como una de las más ricas y brillantes hasta el día de hoy. De esta obra es difícil tratar de separar sus elementos y observarlos en su particularidad, pues todo encaja perfectamente para el mismo genial fin. La historia de una amenaza de niños telepatas, más poderosos que todo el armamento del Japón en el año 2030, no es superior al subtrama del grupo de resistencia que trata de descalabrar al gobierno; de la misma forma, el desarrollo visual que Otomo arma tan sólo con tinta china es el máximo logro que sólo un puñado de creadores de cine, historieta o cualquier medio artístico, ha alcanzado. Y todo esto parece multiplicarse cuando los ojos del lector van del papel al televisor y observan con incredulidad la maravilla de anime creado para esta historia, para la cual se emplearon más de ciento cincuenta mil celdas de animación y se utilizaron más de trescientas variaciones de colores creadas para ese fin. Es sorprendente observar los cambios y construcciones narrativas que se hicieron de la obra original, para crear el largometraje de dos horas de animación. Y se dice sorprendentemente porque las transiciones hechas por el autor en su adaptación se acoplan muy bien al discurso original, y es entonces cuando sabemos que las buenas adaptaciones pueden ser una realidad.

Todas las palabras anteriores tal vez no parezcan, o sean, otra cosa más que el discurso ramplón en el se enumeren los logros de una sobresaliente obra como lo es Akira. Y efectivamente, de vez en cuando sólo hacen falta algunas palabras para recordar las bases creativas de muchas de las cosas que hoy vemos.  Por cierto el manga fue re-editado por el sello Dark House Comics, así como también la adaptación al anime fue lanzado ahora en blue-ray (extras incluidos teasers, el comercial de la tv, storyboards ¿quién da más?).